domingo, 19 de octubre de 2008

Mi amigo el judicial

Mi amigo el judicial no es mi amigo. Vende marihuana, protege a los malvivientes de la colonia y a veces hasta tira balazos cuando se emborracha. No es muy alto, guarda una corpulencia basada en los caldos de gallina de enfrente y las caguamas de al lado. Prefiere las camisas de manga larga, lisas o con estampas de evocaciones chinas. El cabello casi siempre a ras de piel y unas gafas oscuras lo hacen ver como una fiera. Lo es; pero no con los amigos. 

Mi amigo el judicial comparte el desayuno en los tacos de la esquina con quienes más tarde perseguirá en esta colonia popular. Incluso aquí nos podemos pasar la servilleta aunque más tarde, no obstante, corra uno detrás del otro según sus fuerzas. “La batalla de los buenos contra los malos”, oí decir a un tipo que reventaba piedra cerca de su casa, cuidándose del resplandor de las torretas.

Aquí nada ocurre sin que algo tenga que ver el judicial amigo mío. Si se perdió el estéreo de un automóvil, pregúntenle a él; si busca y no encuentra el televisor, le sugiero que le ofrezca un trato para atrapar al culpable. A pesar de lo que cree la mayoría, gracias a él se mantiene el orden por estos rumbos. Quién más puede callar a los perros que el mismo dueño.

Por otro lado, mi amigo el judicial dice que a contrapelo de lo que se puedan imaginar él es un hippie y yo me parezco a Jim Morrison. Mientras toma una siesta en su patrulla inserta en el reproductor una cinta de The Who, su banda favorita, y cuando vuelvo de la universidad me grita “ése mi Morrison”. Cuenta que cuando se cruzó a los Estados Unidos en los sesenta fue al festival de Woodstock, dice que es hippie de corazón aunque no le crean. Yo no le creo nada, por eso no es mi amigo. 

El judicial, mi amigo, dice que dentro poco será comandante, “no un pinche patrullero de calle”. En adelante tendrá a su cargo toda una cuadrilla de agentes que controlen todo Coyoacán: se aproximan buenos tiempos. Eso sí, mi amigo el judicial no quiere que me junte con los jóvenes de mi manzana. Asegura que si me encuentra con drogas, me remite. Por esto no es mi amigo. Sin embargo, mi amigo el judicial es buena persona: invita cervezas, pollo rostizado y hasta unos toques de vez en cuando. Nos protege de patrulleros y delincuentes de otras jurisdicciones. Organiza fiestas para la vecindad entera y se sabe que ha beneficiado a algunos padres de familia económicamente débiles si le auxilian en su negocio. Como se ha visto, mi amigo el judicial es todo, bueno, malo y dentro de poco abuelo. Mi amigo el judicial no es mi amigo, sino mi suegro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

SIEMPRE HE PENSADO QUE ESE FINAL ESTA POCAMADREPERO LA PREGUNTA ES SI TE HARÁS RESPONSABLE POR EL CHAMACO.